Tenías aromática sonrisa de azahar
y una mirada de terciopelo
que se selló de forma imperecedera
en el pergamino soterrado de mi
alma.
Un día, ya distante,
viniste con voz entrecortada,
la tristeza por toquilla
y nos contaste que un cirujano
quería hurgar en la intimidad de tu
seno
con la promesa de una reconstrucción
que a todos sería imperceptible.
En la trigonometría del galeno
barajó de forma tangencial seno y
coseno
y acabó en un bombardeo químico y
sistémico
que terminó por despeinarte
como se avienta una parva
con viento desaforado.
Seguías siendo bella
y la juventud como radical eterno de
tu ser.
Con la peluca te volvió la sonrisa
y un destello de esperanza
iluminó tu cara de porcelana.
Sin mirarte, sin palparte,
echabas en falta medio globo
terráqueo,
la asimetría femenina de tu
estética,
y el vano estéril fue para siempre
un vacío inexplicable.
La ciencia te dio esperanzas
y en el barbecho de tu cuero
cabelludo
se comenzó a vocalizar la dormida
simiente
como un fértil campo de trigo.
Tenías una sonrisa de azahar,
pero la lluvia que un día mojara tu
pecho
fue inundación invasiva
que se extendió por todos tus
dominios
hasta dormirte
y a mí me heló el alma para
siempre.
Era, y lo sigue siendo hoy, un
arrebato.